Los niños de la calle Pedro Antonio de Alarcón quedaron atrapados entre sus bares. Congelando su no-futuro entre excusas, viviendo noche a noche un cuento continuo en el que pueden ser piratas, magas, vampiros, guerreras… Toman sus brebajes y acuden a una niña-anciana que vende en su cestita los ponzoñosos caramelos que les harán sentir inmortales. Los días se escurren entre sus dedos, detrás de los meses y de los años. Los niños perdidos observan en un Time Lapse el asfalto de Pedro Antonio de Alarcón arrojando a multitud de estudiantes que vienen y van (y alguno que se queda atrapado en su hambre infinita de juventud). Peter no enseñó a los niños el camino de regreso, tampoco les dijo que consumiría su juventud hasta convertirlos en polvo. Ese no-futuro que será un no-presente. La nueva especie mutará, de niños perdidos a viejos decrépitos que vagan por la ciudad, recordando que un día fueron piratas, magos, vampiras y guerreros. El cuadro de Dorian, ¡RECORDAD! ¡No olvidéis su cuadro queridos niños perdidos! El cuadro encierra todos los vicios y os escupe a la cara verdes flemas putrefactas, y ese olor es imposible de quitar. No lo notáis entre vosotros, pero desde lejos llega ese hedor a muerte.